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¿En qué consiste la salud?

Conforme hemos ido aprendiendo y familiarizándonos más con la definición de bienestar, considero que también nos ha quedado más claro que la definición de salud va mucho más allá de una simple “ausencia de enfermedad”. ¿A qué me refiero con esto? Pues a que el no estar enfermos no significa que seamos personas sanas.

Nuestro bienestar se ve impactado por muchas áreas, incluyendo lo que pensamos, lo que sentimos, nuestra capacidad física o de movilidad, la alimentación, las amistades, las relaciones personales, el trabajo, el descanso, cómo aprovechamos nuestro tiempo, lo que aprendemos, nuestros momentos creativos, y muchas cosas más.

¿Cómo nos relacionamos con la comida?

Ya hemos platicado de la importancia de observar nuestros hábitos alimenticios. Gran parte de la conexión que creamos con la comida está relacionada con nuestras emociones y sentimientos. Cuando comemos o buscamos ciertos alimentos, no solo estamos buscando alimentar nuestro cuerpo para que pueda realizar sus funciones, sino que, al mismo tiempo, buscamos o incluso necesitamos el “confort” y el alivio que ciertos alimentos o productos nos proporcionan.

Esta conexión se genera en nuestro cerebro y sistema nervioso desde que somos pequeños; de una u otra manera, la comida ha formado parte de nuestro círculo vital y de cómo nos relacionamos con las emociones. Por lo tanto, tomar conciencia de estos comportamientos —es decir, los pensamientos y emociones que engloban—, nos ayuda a distinguir patrones de alimentación, a poder analizar y detectar hábitos no alineados con nuestro objetivo de bienestar, y a desarrollar una relación más consciente tanto con la comida como con uno mismo.

Rómpase en caso de emergencia

Hace unos días, durante un vuelo, escuché a la sobrecargo explicarle a los pasajeros que estaban sentados en las salidas de emergencia todas las funciones que deberían realizar en caso de ser necesario.

Pensé en mi red de soporte; en esas personas que forman parte de mi vida y que siempre están ahí para mí. Ellos son a quienes sé que puedo acudir cuando el vuelo se torna turbulento, o cuando hay momentos de dudas, miedos, o sentimientos de vulnerabilidad. Son también un espacio seguro donde puedo compartir lo que sea y ser genuinamente yo misma, sin sentirme amenazada, juzgada o con miedo a ser rechazada.

Me considero afortunada porque, muchos de ellos, son como un paracaídas que amortigua la caída. Son verdaderos salvavidas, en toda la extensión de la palabra. También pensé en lo importante que es que ellos sepan que lo son y que, de cierta forma, estén de acuerdo en serlo. Llegué a la importante conclusión de que su existencia es primordial en la mía.

No hay emociones equivocadas

Al final del artículo de la semana pasada escribí que no hay sentimientos equivocados. Esta línea resonó en muchos de ustedes, e incluso algunos enviaron comentarios al respecto, así que, antes de seguir, quiero darles las gracias por leerme y compartir conmigo sus inquietudes. Me siento cada día más agradecida con la comunidad de bienestar que hemos formado.

Ahora, ¿a qué me refería con esas palabras?

Encontrando el punto de balance en tus emociones

Nuestro camino hacia el bienestar está lleno de emociones. Algunas de ellas son desconocidas, pero muchas otras son sentimientos que conocemos de sobra y que sabemos identificar muy bien.

Estos son algunos consejos para identificar mejor tu emoción y buscar ese punto de balance que ayudará a evitar que te sientas abrumado.

  1. Siente la emoción. Nota las sensaciones físicas que provoca; es decir, observa con atención la reacción de la emoción en tu cuerpo. Todas las emociones tienen su representación fisiológica. A veces con solo poner atención a estas reacciones es suficiente para que se calmen. Algunos ejemplos de estas reacciones son sentirse agitado, presentar temblor en las manos o cambios en la respiración, entre muchas otras.

Identificando mis emociones

No sé ustedes, pero hay días en los que estoy muy lejos de sentirme al cien. Identificar la emoción que esto despierta en mí —y si esta es negativa o positiva— me cuesta trabajo. Hace unos días escuché uno de mis podcasts favoritos donde hablaban precisamente de ponerle nombre a las emociones. Desafortunadamente vivimos en una cultura donde se nos enseñó que expresarnos no es adecuado y que puede ser una muestra de debilidad, así que, por consecuencia, identificar nuestras emociones puede convertirse en una tarea complicada.

Experimentar y expresar las emociones es una parte integral de la vida. Sin embargo, para muchas personas, las emociones son misteriosas, confusas y difíciles de expresar. A nadie se le da un libro de reglas emocionales; sin embargo, la sociedad, la comunidad, la cultura y el contexto tienen reglas no escritas sobre cómo y cuándo se nos permite sentir y expresar dichos sentimientos.