Hace unos días se celebró el Día de Acción de Gracias, el cual, como ya he platicado en varias ocasiones, es una de esas fechas que nos permite hacer una pausa de manera consciente y agradecer lo que tenemos.
Este año no fue la excepción y me di tiempo para mí —un momento de reconexión y de análisis conmigo misma— y, sin haberlo decidido de esa forma, me di cuenta de lo enormemente agradecida que estoy con mi cuerpo y lo que eso conlleva.
¿A qué me refiero con esto? A que no le damos el valor que merece. De hecho, muchos de nosotros mantenemos una relación compleja con él, ya sabes, de juicio, de no aceptación, de frustración y hasta de reproche. No estamos conformes con él, lo ignoramos, decidimos por él, a veces incluso lo callamos y decidimos no escucharlo, y bueno, todo el tema del enojo y del reclamo es muy, muy fuerte.