La genuina práctica de la gratitud
Actualmente, existe la tendencia de promover la práctica de la gratitud como una parte esencial de nuestro camino hacia el bienestar, con una lista de los múltiples beneficios que esta trae consigo. En lo personal, considero que este hábito sí es una de las mejores herramientas para la salud mental que existen, pero solo y exclusivamente si se practica de forma adecuada.
Siendo honesta, me inquieta un poco la manera tan fácil en la que la gratitud y la positividad tóxica pueden cruzarse. A veces, cultivar la gratitud puede sentirse muy fuera de nuestro alcance, lo que nos lleva a sentirnos aún peor. En consecuencia, tratamos de suplantar esa sensación incómoda con algo positivo y ahí es donde entra en juego la positividad tóxica.
Gratitud vs. positividad tóxica
El pensamiento positivo es cuando intentas que los buenos sentimientos o experiencias tengan como foco el resultado que deseas. Aunque esto puede ser útil cuando se trabaja con el miedo excesivo, también puede volverse algo nocivo. Si utilizamos esta técnica para evitar o negar nuestras experiencias genuinas, corremos el riesgo de invalidar nuestros sentimientos.
Como les digo a mis clientes, no podemos elegir cómo nos sentimos, pero sí podemos elegir cómo respondemos a esos sentimientos. La positividad tóxica se presenta cuando deseamos sentir algo que no sentimos y luego nos amonestamos por ello, diciéndonos a nosotros mismos algo así como: "¡piensa positivo!"
En cambio, al ser más curiosos en lo que respecta a nuestros sentimientos, estamos dando el primer paso hacia la transformación de una emoción negativa en algo positivo, como agradecer o enorgullecernos saludablemente.
Un enfoque diferente
Si lo analizas, notarás que la gratitud es el resultado del proceso de rendirse a las emociones dolorosas y no solo de querer algo positivo.
Nos sentimos agradecidos cuando podemos tomar un sorbo de agua después de un período de ejercicio intenso y experimentamos orgullo cuando establecemos límites saludables con la familia—algo que viene de reconocer el daño que ha ocurrido y el que podría ocurrir si no modificamos una actitud.
Normalmente, nos resistimos a experimentar sentimientos aversivos; después de todo, estamos programados para la protección (incluso de la amenaza más pequeña), pero tenemos que confiar en que esas mismas emociones pueden ser muy importantes o incluso buenas, ya que cada emoción tiene una función; un propósito evolutivo.
Tomemos como ejemplo a la ira. Nos permite saber que algo está mal y nos da la energía necesaria para hacer algo al respecto. Si suprimimos nuestra ira, esta no solo se quedará atascada en algún lugar de nuestro cuerpo, sino que aparte nos perderemos del mensaje que nos está dando.
Digamos, por ejemplo, que hemos descubierto que alguien nos ha mentido. Esto nos puede hacer sentir enojados, pero también nos puede hacer sentir miedo de arruinar la relación, así que tenemos que decidir entre no decir nada y enterrar la ira, o reconocer nuestro enojo. Solo la segunda opción nos dará el mensaje de que esta persona no es confiable y finalmente nos sentiremos agradecidos por darnos cuenta de ello.
Esto puede sonar muy diferente a la práctica de gratitud que conocemos, pero el punto clave aquí es que, para cultivar una perspectiva positiva, es crucial ser honestos con nosotros mismos y validar lo que genuinamente estamos sintiendo, sin importar cuán doloroso o "incorrecto" parezca. Ya sea dolor, ira, envidia o vergüenza, la única salida será a través de ese sentimiento real.
Cuando podemos encontrar el núcleo de la verdad detrás de lo que sucede en nosotros, nos movemos hacia la comprensión y la aceptación. Para cambiar, debemos rendirnos: solo entonces podremos dar lugar a la recompensa de la gratitud, el orgullo o la autocompasión.
La próxima vez que trabajes en esta práctica, comienza preguntándote: "¿Qué se interpone en mi camino para sentirme agradecido/feliz/orgulloso?". Luego, trabaja contigo mismo de la forma que lo harías con un amigo que está pasando por una situación similar. Analízalo con mente abierta y verás que, en ocasiones, tiene sentido sentirse enojado, temeroso o celoso.
Esta es la práctica de la aceptación, que en última instancia conduce a la verdadera positividad.