Sana distancia
Ya sé, solo leer el título nos hace pensar en lo que para muchos no ha sido una etapa fácil debido al COVID, pero poco a poco hemos ido recuperando la posibilidad de compartir tiempo y espacio con muchas personas a quienes durante meses no pudimos ver ni tocar. Me gustaría ahondar un poco en esto.
Considero que mantenernos alejados ha sido una práctica muy compleja para todos. Durante meses se nos dijo que tener contacto con otras personas era algo peligroso, que lo mejor que podíamos —o debíamos— hacer era guardar “sana distancia”, y que eso, literalmente, nos salvaría la vida. Esto, como era de esperarse, ha tenido un efecto en todos nosotros.
Está claro que el objetivo mayor era cuidarnos y que, al poner límites, estábamos cuidando nuestra salud y habría menor riesgo de contagiarnos o esparcir el virus.
De esta misma manera, conforme retomamos nuestros antiguos hábitos y rutinas, nos estamos enfrentando de nuevo a socializar y regresar a nuestros lugares de trabajo. Esto implica también ver a personas de nuestros círculos cercanos, familia, amigos, etc., que no necesariamente están en línea con nuestras metas de bienestar y, sobre todo, que quizá son parte de ambientes tóxicos que no nos ayudan a estar bien.
Parte de las cosas que nos “permitió” la pandemia fue ser más selectivos con nuestro círculo de personas. Teníamos el pretexto perfecto para no ir a la casa de la tía con la que siempre hemos tenido una mala relación, evitar ese lugar en el que solo se habla de chismes y críticas, o mantener alejadas a esas personas que viven con una nube gris sobre su cabeza.
De cierta forma, poner “sana distancia” a esos ambientes tóxicos y de desgaste emocional nos trajo beneficios y nos dimos cuenta de que no son indispensables y que podemos decir “no necesito/quiero/debo” sin que se acabe el mundo.
Aprender a poner límites sanos nos ayuda a cuidarnos, a respetar nuestras convicciones, a priorizar lo que nos hace sentir bien y a separarnos de cosas que no se alinean con lo que queremos hacer. En ocasiones, es fácil confundir el poner límites con estar cerrados o ser inaccesibles, pero, en realidad, es todo lo contrario.
Analiza cómo te sientes respecto a esas cosas que permites y que no quieres hacer. Hazte preguntas como: ¿por qué lo permito?, ¿por qué dejo que eso (personas, situaciones, etc.) tenga ese poder sobre mí?, ¿cómo sería mi vida si eso no fuera así?, y ¿qué tendría que hacer para cambiar?
Continuando con la analogía de la sana distancia, muchas tiendas y lugares han decidido reabrir sus puertas de forma controlada y siguen limitando el número de personas que pueden permanecer dentro de la tienda al mismo tiempo. Usa este ejemplo como inspiración a la hora de permitir de nuevo que las personas de tu vida tengan acceso a ti. Si consideras que aún no estás listo, continúa con la “sana distancia”. Revisa la lista y asegúrate de que, cuando digas “sí” a otros, no te estés diciendo “no” a ti mismo.
Tú eres el único que tiene el poder de decisión sobre tu salud mental y emocional, así que trabaja cada día en ponerte como prioridad.